sábado, 4 de septiembre de 2010

Suegros.


 Golfistas fascistas en mi Castillo
Estoy en uno de los pasillos de mi Castillo junto al padre de Claudio, Ángel, con quien vivo desde hace tiempo. Nuestra ropa es como la actual a pesar de que el lugar y su decoración, claramente, no pertenecen al Siglo XXI.
Él sujeta mi brazo mientras caminamos lentamente hacia la salida de la casa donde, hay una gran puerta de madera con ventanas en la parte superior por donde entra la luz. Justo en el umbral de la misma, Ángel me pide por favor que no estorbe ya que van a venir algunos amigos suyos a jugar al golf en el jardín así que, me limito a quedarme de pie allí mientras él se aleja. No me ha gustado el tono de desprecio con el que me ha hablado pero sé que con él no puedo discutir por lo que, me distraigo mirando a los animales que desde hace tiempo criamos: desde lo más tiernos patos hasta los más agresivos cocodrilos escondidos en el río que cruza nuestro jardín, entre otros muchos más.
Comienzo a ver desde lo lejos a sus amigos y  ya sé que no me gustan: sus risas son escandalosas además de caminar con cierto aire de superioridad. Ángel los invita a montar en el coche y conduce por el jardín buscando la distancia adecuada respecto al primer hoyo. Ahora están algo más cerca de mí y puedo ver los colores de la bandera española en todas su prendas: viseras, polos, pulseras, cinturones, zapatos,…Paso el tiempo paseando alrededor de ellos sin parecer interesada en sus conversaciones, a pesar de que los oigo perfectamente hablar de política; sus conversaciones tornan cada vez en un tono más fascista.
Se cansan de jugar y un poco ebrios veo cómo las bolas que golpean ya no se dirigen hacia los hoyos sino, hacia los animales: golpean las orejas de los elefantes, los ojos de los cocodrilos,… Los animales, asustados, comienzan a revolucionarse, a  correr de un lado a otro y a emitir toda clase de ruidos. Se ha desatado el caos y yo me sumo a él: grito a Ángel, maldigo a sus amigos, los insulto, los llamo fascistas repetidas veces y lloro.


Kebab de mí 
Estoy en el Kebab Al-Andalus, sentada en la mesa final de la esquina donde, habitualmente, me gusta sentarme. Me siento cómoda y, además, no estoy sola puesto que hay alguien sentado a mi lado. Miro cómo la carne da vueltas sobre sí misma y hablo, a pesar de que, cada vez que me giro para mirar a ésta persona nunca puedo ver su cara; por mucho que me gire, nunca es suficiente. No me importa, decido que hablaré con ella mientras miro el establecimiento.
Después de un rato con la mirada perdida en aquellas infinitas vueltas, aprecio que lo que antes era carne ya no lo es; ahora soy yo. Sigo sentada pero a la vez me estoy viendo allí pinchada, sudando y dando vueltas. Parpadeo numerosas veces, pero la imagen es la misma. No puedo con la situación, me está empezando a volver loca así que, me acerco al dependiente: un joven  muy simpático; o eso creía yo, porque cuando se gira para atenderme puedo reconocer perfectamente su rostro: es la madre de Claudio. Me sonríe y al tiempo que veo cómo corta la carne, yo detrás del mostrador siento cómo caen al suelo trozos de mi cuerpo. Siento un miedo terrible y quiero salir de allí cuanto antes así que, sin pensarlo tiro el monedero en el mostrador con agresividad y salgo corriendo de allí mientras puedo escuchar sus carcajadas. Comienzo a correr por la Avenida de la Victoria hacia ningún lugar porque aún caen trozos de mí.

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