martes, 31 de agosto de 2010

Sin motivo.

La noche era especialmente oscura y húmeda. Una noche de tormenta, con el cielo negro y amenazador. Había llovido y el suelo tenía grandes charcos. Yo iba andando hacia mi facultad y llevaba el paraguas cerrado en la mano, por si llovía de nuevo. Ese paraguas me lo compre hace tiempo y me sigue sirviendo, negro y grande. Siempre me había servido para cubrirme de la lluvia, aunque alguna vez pensé que bien podría servirme de defensa si fuera necesario. Aquella era una de esas noches que lo pensaba. El mal tiempo parece que hacía la noche aún más oscura, como si hasta las farolas alumbraran menos. Era tarde y no había nadie por la calle, sólo yo con mis pensamientos y la noche. Cuando estaba cerca llegué a un descampado que tenía que atravesar para seguir mi camino. Agarré con más fuerza el paraguas cuando vi que venía un hombre de frente. Parecía un hombre normal de unos treinta años, sin nada en las manos y andando sin ninguna prisa. No parecía para nada sospechoso, pero estaba aún lejos y no podía distinguir ningún detalle de su figura. Pensé que cuando estuviese más cerca vería si podía seguir tranquilo, aunque seguramente no pasase nada. Uno siempre piensa cosas más raras cuando va solo en una noche así. Ciertamente era una situación desagradable. Cualquier encuentro en ese momento lo sería. Todavía faltaba tiempo para que nos cruzasemos y yo no podía distinguir nada. Empecé a imaginarme qué podía decirme o hacerme, y qué respondería yo. Sólo se me ocurrían malos encuentros y ninguna buena solución. Las ideas se nublaban en mi cabeza y esta vez no tenía ganas de pensar en huidas. Agarraba con fuerza el paraguas pensando en como le daría un golpe a la mínima que me dijese algo. Comenzamos a estar cerca y le miraba. No veía nada raro pero sospechaba de todo y estaba hartándome. Cuando nos cruzamos él hizo un gesto de decirme algo pero no dijo nada. Había seguido. Había seguido su camino sin hacerme nada y apenas me miró, no acertando en ninguno de mis temores. Antes de que nos cruzasemos del todo le estrellé el mango de madera del paraguas en la cara. No pudo defenderse y el golpe fue tremendo. Le golpeé con todas mis fuerzas, saltando sangre y astillas del paraguas. Él cayó al suelo. Yo me desperté.

jueves, 26 de agosto de 2010

Magnum en el bolsillo.

Es por la mañana muy temprano y yo salgo de mi edificio, sin saber exactamente hacia dónde dirigirme ni por qué estoy saliendo puesto que, sé perfectamente que algo malo va a pasar y voy a presenciarlo. Nadie me ha dicho nada, pero yo lo sé: estoy convencida.
En la calle todo transcurre con normalidad: la gente compra, tiene conversaciones, mira escaparates, o simplemente, mira el vaivén de los demás. Decido que lo mejor es esconderme porque así no me veré perjudicada, me meto debajo de un coche desde donde puedo verlo todo pero nadie me ve a mí.
Paso largos minutos escondida mientras ocurren varias explosiones y, de pronto, los coches arden, hay trozos de personas por todos lados, cuerpos quemados, edificios destruidos, gritos y sollozos,…
Decido salir de mi escondite, creyendo que tan sólo han pasado segundos cuando me doy cuenta de que realmente ha pasado más tiempo: probablemente han pasado semanas. Todo está en silencio y mientras ando, voy salteando los cuerpos que encuentro por el camino, o lo que queda de ellos e incluso puedo reconocer a algunos vecinos.
Al girar una esquina  aparece un grupo numeroso de periodistas con cámaras y micrófonos, me atosigan con preguntas, además de no dejarme avanzar. Me agobian y no quiero discutir así que, introduzco mi mano en el bolsillo de atrás del pantalón, saco una Magnum  y con una perfecta precisión acierto entre ceja y ceja con mis disparos, llenándolo todo de sangre.

Algo en shock pero tranquila, guardo de nuevo la Magnum en mi bolsillo y comienzo a correr cada vez más rápido, hasta que llega un momento que no puedo ver claramente las imágenes de lo que me rodea. Voy ralentizando mi carrera poco a poco y, giro la esquina que da a  la puerta del colegio de Londres con los compañeros españoles que conocí allí, están todos sentados en círculo; parece que cantan y bailan. Yo les cuento qué me ha pasado, nadie me cree excepto una chica de Sevilla, Carmen. Me cabrean mucho en pocos minutos, vuelvo a sacar la Magnum y disparo sin piedad, rompiendo todo el ambiente de festividad con mi semblante serio: ellos van muriendo, uno a uno.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Escaleras del cuadrado.

I

Me encuentro en un mundo distinto. El suelo es liso y verde hasta donde alcanzo a ver, el cielo está despejado y no hay absolutamente nada en ningún sitio. Ni viento. Sólo hay una construcción peculiar. Se trata de un cuadrado de unos 15 metros pintado de blanco, sin puertas ni ventanas. Tiene una escalera de pared en la izquierda de un muro. Subo. El techo es tambien liso blanco. Me siento de un tamaño enorme y veo algo pequeño en el centro del techo, como del tamaño de una moneda. Me acerco y veo que es una pequeña trampilla para entrar y salir. De repente ahora tengo un tenedor en la mano. Abro la pequeña trampilla y me asomo. Hay otra escalera de mano que baja en vertical hacia el interior del cuadrado, y por ella están subiendo una mujer y su hija. Cierro la trampilla corriendo. Tengo que atacarles con el tenedor según abran la trampilla, visto que el tamaño de la trampilla es como el tenedor y las dos son minúsculas también. Tardan en salir y tengo que analizar la situación. Tengo que entrar y bajar los pisos que tenga, que creo que son tres. Y está claro que lo que haya dentro es mi enemigo. Estoy empezando a agobiarme y tengo que entrar. Entro y, no se de que manera, mato a la mujer. Ahora todo es de mi tamaño. Estoy dentro del cuadrado, en su piso más alto. Esta todo oscuro y sucio. Veo por la luz que entra a través de la trampilla abierta. No hay un solo tabique ni un objeto, sólo suciedad. A la derecha hay un agujero en el suelo que baja al siguiente piso, con otra escalera vertical. Se oyen muchas voces y ruidos. Me acerco y veo que hay mucha gente corriendo sin sentido, con cosas en las manos. Esta todo sucio y parece peligroso. Un auténtico caos. Pero tengo que bajar y eso voy a hacer. Corriendo, atravieso esa planta y llego a la tercera y última planta. Me agacho para coger algo y cambio de escena.


II

Ante mí tengo los pies de un hombre trajeado. Estoy agachado debajo de un mostrador de El Corte Inglés. Desde aquí veo la salida detrás. Estoy con Jaime. Él compra algo mientras yo cojo algo del suelo. Estoy haciendo alguna ilegalidad aunque no se que.


III

Estoy con mi compañero Rafa en la facultad. Estamos en la entrada. Es grande, con sofás, alguna mesa grande y varios pasillos. En el centro hay una mesa llena de pasteles y al lado de unos sillones hay dos neveras repletas de refrescos y batidos. No hemos tardado en sentarnos a comer cosas. Todo esto lo sirve el Estado para los que estén necesitados. Ahora llegan varios profesores y se van a sentar. Hablamos un rato sobre todo esto, especialmente de la conveniencia o no de ese gasto por parte del Estado. Se dice de todo, pero todo el mundo come. Me estoy cansando de la típica conversación, así que me voy. Está lloviendo y yo no tengo paraguas, pero tiene Jaime. Me acabo de meter debajo del paraguas y no es Jaime, sino Mario. Me da igual, la cosa es no mojarme. Hablando de nuestro día normal llegamos a un edificio muy estropeado y entramos sin dudarlo. Esta lleno de gente con paraguas. Todo el mundo es igual, con su paraguas negro. Estoy subiendo unas escaleras cuadradas de caracol y me cuesta mucho no perderme y meterme debajo del paraguas equivocado. Me estoy agobiando y siento que estoy en peligro. Pierdo a Mario. Sólo me queda correr. Estoy en el edificio cuadrado de hace rato. Todo el mundo es peligroso, así que corro tanto como puedo huyendo de todo. Subo todas las escaleras que existen hasta llegar a la pequeña trampilla del techo, que atravieso hasta estar seguro del cuadrado.

lunes, 23 de agosto de 2010

Andando y nadando o en tren.

Estoy sentada en el suelo en una especie de palco en una plaza de toros con mi familia, incluyendo tíos y primos. El palco en el que nos encontramos está más bajo de lo habitual así que, prácticamente estamos a un metro del ruedo.
El show da comienzo y yo, aunque no sé qué va a ocurrir exactamente, preveo que no me gustará y decido entretenerme con otra cosa ya que no me queda más remedio que estar allí: saco mi móvil del bolsillo y le piso permiso a mi padre para salir de allí y poder hablar con Claudio. Justo en ese momento, del lado derecho de nuestro palco sale corriendo una vaquilla y, detrás de ella, un toro. En menos de cinco segundos los animales han llegado hasta nosotros y totalmente indefensos están encima de mí lamiéndome la cara y pidiéndome caricias.
Me encuentro absolutamente desconcertada ya que toda la plaza me echa fotos, aplaude, ríe, etc. mientras yo lo único que pretendo es alcanzar mi móvil, que había salido disparado cuando los animales se abalanzaron sobre mí y podía oír a Claudio gritando mi nombre sin saber qué estaba pasando. Cuando los animales salen corriendo pisotean mi móvil y se desarma en mil piezas a pesar de que, aún podía escuchar a Claudio preguntando muy desesperado qué estaba haciendo.
Mi padre se acerca a mí como si lo que acabase de ocurrir no tuviera importancia, me da dinero y me pide que vaya al bar a comprarle cerveza. Obedezco y salgo de la plaza por unas escaleras de hielo muy erguidas que desembocaban en una explanada infinita de hielo plagada de gente yendo de aquí a allí. Rápidamente decido preguntarle a alguien dónde está el bar; de este modo, me acerco a un grupo de personas y me responden en inglés. Me explican que puedo ir andando y nadando o, directamente, en tren puesto que, el bar está a unas ocho millas. Les doy las gracias y decido caminar porque no tengo dinero suficiente para cerveza y tren, además, podría hablar con Claudio mientras llegaba.
Durante el camino, coloco todas las piezas del móvil y consigo hacer que funcione. Instantáneamente llamo a Claudio y no consigo entender nada de lo que me dice, le oigo bajo porque alrededor mío hay cada vez más gente caminando. Sólo le oigo llorar y decirme que dónde estaba; finalmente, me agobio y decido colgarle pensando que podría llamarle más tarde. Cuando guardo el móvil en el bolsillo y poso mi mirada en el frente, me doy cuenta que el hielo se ha acabado y me toca nadar; todo el mundo lo estaba haciendo, supongo que es lo normal y yo también me tiro a nadar con la ropa puesta. El agua estaba congelada y aquello no era un río, pero tampoco un lago y por encima del agua había puentes por donde pasaban trenes y autobuses.
Después de un largo rato de nado y de buceo junto a muchísima gente he llegado al bar, el cual está completamente vacío tanto de personas como de productos; a excepción de cerveza. De nuevo en inglés, pido una cerveza y mientras la mujer la sirve capta mi atención la televisión: las noticias son dadas en holandés y hablan del derrumbe de los puentes debajo de los cuales yo había nadado; hablan de grandes cifras de muertos; las imágenes son espeluznantes.
Con la cerveza en la mano y tras un rato de preocupación pienso que lo mejor es ir a la estación y pedirle a alguien que me pague el tren de vuelta; así lo hago, le pregunto a la mujer del bar cómo llegar a la estación y con sus indicaciones llego fácilmente. Una vez allí, me acerco a un anciano que vende pistolas y cascos de guerra y le cuento lo que está pasando. Él acepta pagarme el tickets; así que, me pide que cuide de sus pistolas mientras él va a sacarlo.
Estando allí esperando, consigo ver a toda mi familia corriendo por la estación como si buscaran algo; me buscan a mí: llevan pancartas con fotos mías y paran a la gente para preguntarles si me han visto. Sin pararme a pensarlo, salgo corriendo y todos me abrazan, lloran y me dicen que pensaban que había muerto.

sábado, 21 de agosto de 2010

Amablemente.

Estaba en mi casa solo, en mi habitación, tranquilo como en cualquier día normal. Aparece él, que era compañero de clase. Nunca habíamos sido grandes amigos, pero tampoco enemigos, para nada. Nos llevábamos bien y no había nada que hiciese pensar que pasaría esto.
Estábamos sentados junto a la mesa entretenidos con algo. Los dos participábamos en el juego, pero había alguna separación entre nosotros y no hablamos. No se dijo una sola palabra pero todo era cordial. Con la misma cordialidad y simpatía saque el cuchillo y él no se alteró. Podría decirse que no me vio. Comencé a cortarle el cuello sin nervios y despacio. Yo estaba detrás de él. Los dos sentados y en silencio, participando. No opuso la menor resistencia. Me costó físicamente pero conseguí decapitarle sin mayor problema. Tenía entonces a un compañero en dos partes, decapitado, y eso ya no estaba bien.
El problema a resolver era deshacerme de la cabeza. Opté por lo fácil y fui hacia la ventana, pero tenía barrotes y no podía ser. Al contrario que en la realidad, vivía en un primer piso. Veia matorrales por la ventana, y gente, lo que no me venía nada bien. Me puse nervioso porque no podía tirar la maldita cabeza y me iba a meter en un problema. El cuerpo ya no estaba así que no había que preocuparse por eso. Volví a mirar la habitación intentando ver algo que me ayudase, y encontré la solución. La solución fue absurda, pero todo lo anterior lo era y no pasaba nada. Metí la cabeza en una bolsa de plástico y la puse en la parte más alta de una estantería. Nadie se daría cuenta.

Bocadillo.


Camino junto a mi primo por un Centro Comercial, mucho más que familiar.
Recorremos tranquilamente los pasillos, mirando diferentes productos y sus precios, cuando repentinamente dos jóvenes de etnia gitana se acercan a nosotros. Éstos, se interponen en nuestro camino y, dirigiéndose a mí, nos ofrecen unos bocadillos robados. A pesar de una tranquila e indiferente negación, ellos insisten en que conseguirán bocadillos para que yo pueda comer.
Se alejan y se pierden entre el resto de pasillos y yo le susurro a mi primo que, por favor me deje sola con ellos ya que creo que son sospechosos y me gustaría poder perseguirles. Él acepta y comenzamos a andar en direcciones opuestas.
Voy lentamente detrás de estas dos personas, pero no son capaces de verme ni oírme. Yo, pistola en mano, decido esperarlos detrás de una estantería cuando de repente, los veo hablando con mi primo y, acto seguido, estrechándose la mano.
Considero que mi primo ha llegado a un acuerdo con ellos y olvidarán lo del bocadillo, así que abandono el pasillo en el que me encuentro disimuladamente para poder dirigirme hacia donde está mi primo pero, en el camino estos dos protagonistas vienen corriendo detrás de mí. Haciendo pedazos el bocadillo que uno de ellos sostenía entre las manos, comienzan a arrojármelo acercándose cada vez más a mí. Yo, mientras tanto, me mantengo inmóvil e involuntariamente me tiro al suelo. A la vez que uno continúa echando trozos de bocadillo sobre mí, el otro me quita la ropa y, con esto doy comienzo a un inesperado tiroteo acertando en cualquier parte del cuerpo de estos individuos que se alejan de mí con una torpe y obstaculizada carrera.
Me levanto para correr tras ellos mientras continúo mis disparos. Esta vez vestida como una autoridad policial; al igual que mi padre, quien, se encuentra a mi lado también con una pistola. Durante la carrera mi padre me da órdenes para que entre los dos les cerremos el paso; y así ocurre: mi padre sorprende a uno de ellos por la espalda y dispara hasta que cae muerto al suelo; y yo escondida debajo de una estantería disparo desde el suelo al otro hasta que también cae muerto.
Finalmente, mi padre y yo nos encontramos a la salida del pasillo y caminamos hasta salir del Centro Comercial donde perdemos el uniforme y volvemos a casa vestidos de calle en silencio y con absoluta normalidad.