jueves, 26 de agosto de 2010

Magnum en el bolsillo.

Es por la mañana muy temprano y yo salgo de mi edificio, sin saber exactamente hacia dónde dirigirme ni por qué estoy saliendo puesto que, sé perfectamente que algo malo va a pasar y voy a presenciarlo. Nadie me ha dicho nada, pero yo lo sé: estoy convencida.
En la calle todo transcurre con normalidad: la gente compra, tiene conversaciones, mira escaparates, o simplemente, mira el vaivén de los demás. Decido que lo mejor es esconderme porque así no me veré perjudicada, me meto debajo de un coche desde donde puedo verlo todo pero nadie me ve a mí.
Paso largos minutos escondida mientras ocurren varias explosiones y, de pronto, los coches arden, hay trozos de personas por todos lados, cuerpos quemados, edificios destruidos, gritos y sollozos,…
Decido salir de mi escondite, creyendo que tan sólo han pasado segundos cuando me doy cuenta de que realmente ha pasado más tiempo: probablemente han pasado semanas. Todo está en silencio y mientras ando, voy salteando los cuerpos que encuentro por el camino, o lo que queda de ellos e incluso puedo reconocer a algunos vecinos.
Al girar una esquina  aparece un grupo numeroso de periodistas con cámaras y micrófonos, me atosigan con preguntas, además de no dejarme avanzar. Me agobian y no quiero discutir así que, introduzco mi mano en el bolsillo de atrás del pantalón, saco una Magnum  y con una perfecta precisión acierto entre ceja y ceja con mis disparos, llenándolo todo de sangre.

Algo en shock pero tranquila, guardo de nuevo la Magnum en mi bolsillo y comienzo a correr cada vez más rápido, hasta que llega un momento que no puedo ver claramente las imágenes de lo que me rodea. Voy ralentizando mi carrera poco a poco y, giro la esquina que da a  la puerta del colegio de Londres con los compañeros españoles que conocí allí, están todos sentados en círculo; parece que cantan y bailan. Yo les cuento qué me ha pasado, nadie me cree excepto una chica de Sevilla, Carmen. Me cabrean mucho en pocos minutos, vuelvo a sacar la Magnum y disparo sin piedad, rompiendo todo el ambiente de festividad con mi semblante serio: ellos van muriendo, uno a uno.

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