sábado, 15 de enero de 2011

Huevo, vodka y fútbol.


Con los codos apoyados en la barra de un bar, estoy sentada en una banqueta sola. Mientras, alrededor, la gente entra y sale haciendo el ruido particular de un típico bar, al que se le añade un molesto sonido emitido por una televisión colgada en la pared a cierta altura. Ésta muestra un partido de fútbol.
Alzo la mano a modo de llamada para el camarero, cuando se encuentra frente a mí le exijo que me sirva el chupito con la máxima graduación que tenga, con cierto tono de desesperación y hastío. Una vez el vaso pequeño está frente a mí en la barra, le pido instantáneamente que me sirva un vaso en tubo de Vodka.
Al cambiar de postura mientras espero a que el camarero vuelva con el segundo servicio, descubro que hay una chica, desconocida para mí, sentada al lado mío: parece una chica normal a pesar de que se percibe cierto aspecto de disimulo en su rostro. Repentinamente, comenzamos a charlar sin centrarnos en ningún tema concreto.
Entretanto, el camarero me sirve el vaso de Vodka con menos cantidad de la que yo hubiera deseado, por lo cual, le pido una explicación.  Con tono de compasión, me cuenta que debido a mi estatura no puedo tomar más alcohol así que, deberé conformarme con lo que él me sirve. A pesar de que sus argumentos ni me gustan ni me convencen, acepto puesto que atisbo un libro de la Constitución Española al otro lado de la barra; lo cual me hace sentir en cierta medida miedo.
Llegadas a un punto de la conversación, la chica se ofrece a invitarme a comer huevo frito y yo, sin ademán de sorpresa o duda, acepto rápidamente la invitación. Una vez se lo pedimos al camarero y nos los sirven, comenzamos a comer, acompañándolo con vodka, mientras seguimos hablando.  Le pregunto cuáles son sus planes más inmediatos y, ella, con la boca llena de pan mojado en yema de huevo, me señala hacia la televisión donde aún continuaba el partido de fútbol. Cuando consigue tragarse el pan, contesta: “Voy a poner una bomba allí, ¿me acompañas?”.  Mi respuesta es que no tengo nada mejor que hacer y que quizás puede ser divertido.
Al terminar de comer cruzamos la puerta del bar y, al dar el siguiente paso, ya nos encontramos justo en el interior del estadio, ahora absolutamente desierto. Paseamos por el césped en silencio durante largos minutos, siguiendo las líneas que delimitan el terreno de juego. La chica decide romper el silencio comentando que nunca se había planeado dónde poner una bomba en un estadio de fútbol pero que no necesitaba meditarlo más, “ya está bien de rodeos”.  Se aleja poco a poco de mí, con pasos firmes hacia algún objetivo y yo, me quedo allí, inmóvil.